jueves, 25 de septiembre de 2008

Desde dentro

¿Cómo explicárselo? Era todo lo que pensaba. Pero también intentaba decidir qué hacer. Estaba solamente en tercero medio. ¿La expulsarían del colegio? ¿Cómo reaccionaran sus padres?
Al mismo tiempo, su mente se enfocaba en otra persona ahora. Pensaba en él. Cada vez que buscaba una palabra para decírselo, saltaban un millón de interrogantes. Si él la abandonaba, sería demasiado duro. Pero ¿Cómo culparlo?
Llegó al colegio, subió las escaleras; un profesor se le acercó para preguntarle qué le pasaba, con preocupación, pero ella solo balbuceo unas palabras evasivas y continuó subiendo. Entró a una sala, vio a todas sus compañeras, vio a sus amigas, conversando y riendo. Nadie lo sabía y, al parecer, era mejor así. Se sentó en su banco. Sus amigas se pusieron alrededor. Aunque no escuchaba bien lo que ellas decían, sabía que eran cosas tan banales que no le importaban. Ahora, ya no le importaban. Este día sería el más largo de su vida, recién eran las ocho de la mañana y solo a las cuatro se podía reunir con él. Miró por la ventana y pensó en lo que ocurría. Realmente no lo entendía.
Por su parte, el también se sentía inquieto. La conversación del día anterior había sido distinta a las otras. Por algún motivo, la había sentido deprimida, débil. ¿Qué quería decirle hoy?
El día transcurriría lentamente para ella. No puso atención en ninguna de las clases. Se sentía nerviosa. Quería que llegara la hora de salida, pero a la vez quería que el tiempo se detuviera. Estuvo toda esa jornada inmóvil en su puesto, mirando por la ventana como ausente. Sus amigas se extrañaron. Verla ahí sentada sin decir una palabra no era normal en ella, pero cada vez que le preguntaban algo, no respondía.
Sonó la última campana. No la escuchó, no reaccionó. Una de sus amigas se le acercó y la sacó de ese trance que la mantenía alejada de todo el mundo. Cuando se dio cuente de qué hora era, sintió un gran dolor dentro de ella. Como si todo se retorciera en su interior. Quiso correr, y así lo hizo. Llegó hasta la puerta y una vez en la calle continuó corriendo. Solo faltaban unas pocas cuadras para verlo. Él saldría antes que ella.
La estaba esperando a la entrada de su colegio. No sabia de que se trataba, por qué quería hablar con él, y no se lo podía imaginar. Intentaba hacer memoria y no recordaba que algo hubiera cambiado.
Ella llegó jadeando. Al verlo, se detuvo. Los dos se quedaron mirando por unos segundos. Él sentía algo extraño. De improvisto, ella lo abrazó. Al fin las lágrimas asomaron a sus ojos. Pero aun así no podía abrir la boca. Caminaron una cuadra mas arriba, hasta la plaza. Se detuvieron. Ella seguía llorando, aunque en silencio, abrazada a él.
Se sentaron en el pasto. Ella le contó todo, entre lágrimas y con la voz entrecortada.
Su cara palideció. No sabía qué responder. No sabia que hacer. Quería arrancar, pero veía ahí, entre sus brazos, llorando, a la niña que quería, que amaba. Entonces hizo lo que pocos harían. Se levantó. La miró a los ojos. Respiró profundamente. Repetía su respuesta paso por paso. Ella también se paró, frente a él, esperando su reacción. Pensó que saldría corriendo. Él miro al cielo. Rápidamente pasaron por su mente todos los momentos vividos juntos. Luego la miró con los ojos humedecidos, mientras el viento desordenaba algunos mechones de su pelo negro.
La abrazó y le dijo:


- No te preocupes, siempre estaré contigo en todo, siempre.