miércoles, 16 de junio de 2010

El Túnel

Camino, camino y camino. Me acuerdo de que vislumbré el inicio, pero no puedo ver el final.

Un millón de sensaciones en mi cabeza, como si se disputara una batalla campal, hacen que corra hasta el umbral de la única luz que se puede distinguir. Una especie de puerta sin perilla, sin picaporte, sin salida. Y vomité

Asquerosa sensación de nauseas, vértigo y de sentir que parte de mi cuerpo salía por mi boca, como si me arrancaran las vísceras a la fuerza. Pero me agradaba.

Ya no sabía si caminar, quedarme de pie o sentarme a esperar. ¿Qué hacer? En este momento estaba solo. No están mis padres ni mis amigos para ayudarme. Decidí caminar.

Lentamente sentía que la oscuridad que rodeaba el entorno del túnel traspasaba mi cuerpo, mientras la niebla se mimetizaba con los tristes recuerdos de una infancia casi olvidada. Estaba dentro de mi propio túnel.
Las imágenes se distorsionan, y poco a poco se arrastra la desesperanza de un gris panorama. Un dilema imposible de resolver por mi cuenta. Simplemente me dejé llevar.

Fascinación: fue el primer estado luego de recibir esa inyección en la vena de mi brazo izquierdo. Sentí que era el rey del mundo, el emperador de las situaciones. Yo lo controlaba todo mediante la excitación de mis sentidos.

Angustia: pese a todas las sensaciones que recibía mi cuerpo, había una parte consciente que me recordaba que nada de lo que pasaba y sentía era cierto, que de lo que trataba de conseguir no podría obtener resultados. Fue el empujón inicial hacia la entrada del túnel.

Una especie de resignación y miedo me condujo por un sendero sin salida, una especie de sentencia proclamada. Un deseo de volver atrás penetraba en mi cabeza, pero la penumbra que esperaba ansiosa por mi deceso me asechaba y me obligaba a mover un pie detrás del otro.

Desesperación: No pude apreciar cuando ya la niebla imposibilitaba la visión, desconociendo la trayectoria hacia la que me dirigía. Miré hacia atrás, pero sólo veía imágenes de mi niñez que mutilaban mi estabilidad. Grité pero nadie me escuchó. Corrí pero no tenía dirección. Ya no había camino de regreso.

Finalmente sentí la autodestrucción. Estaba tirado en medio de un túnel, en donde todo daba vueltas, en donde el aire me abofeteaba, en donde respirar en esa dimensión desconocida constituía de una ardua labor.

Cerré mis ojos por un instante y al abrirlos, ya no estaba más en el túnel. Tenía un elástico en el bíceps izquierdo y una jeringa en la vena.

El efecto de la heroína había concluido

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