domingo, 10 de abril de 2011


La primera lluvia de Abril.


Y ahí estoy... me dí cuenta que me quedé dormido en la micro, y pensaba que si seguía tiritando se me iban a quebrar los huesos. Estaba medio ebrio, medio alegre y bastante triste.


En un lugar que no conozco me bajo, el chofer no tiene compasión, como yo no lo tuve con él cuando no le pagué... sólo me dijo: ándate a tu casa weón. Esas palabras me deprimieron más.


No me acuerdo muy bien... Las Parcelas parece que decía el letrero mojado que indicaba las calles... nunca había estado ahí... sabía que era peñalolén pero de verdad me sentía perdido. A esa hora y con ese clima, ni el más valiente o choro estaba de ánimo para quitarme mis pertenencias, a nadie le interesaba.


Comencé a descender en dirección a mi casa... era lo único que quería. Se me venían a la mente las más de 30 canciones que sonaron en el wurtlitzer de Iron Maiden y quizás empecé a tararear la más tocada. Fear of the Dark. Eso no me animó ni hizo que tuviese menos frío, pero me hizo olvidar ciertas cosas.


Mis párpados se veían dos tercios más afectados por la gravedad... no llegaré a mi casa... no podré taparme con esas confortantes sábanas y frazadas que han albergado, en muchas ocasiones, el sudor de una mujer apasionada, de una mujer que me regalaba su corazón.

No puedo más... mi acompañante me advirtió en la micro que no me quedara dormido, pero recordar los últimos acontecimientos de mi vida amorosa me llevaron al profundo sueño.


Y seguía lloviendo.


Quién iba a pensar que la primera lluvia de abril sería la más nostálgica. La esperaba tanto como esa soberbia respuesta, que me indicaba que no había paso atrás y que, luego de presentar muchas evidencias, saldría culpable por algo que no cometí. Estaba anunciado... la casa se seguía construyendo con arena y no cemento... No tenía pilares ni cadenas que la sujetasen. Era volátil como la sangre que llegaba a mi corazón, bajo un arsenal de nubes negras que tapaban la cuenca del Aconcagua.


De mis ojos también llovía… sin razón alguna pero llovía. Gotas más ácidas que provenían desde mi cuerpo que se mezclaban con la polución santiaguina que se esfumaba… y hacía frío.


A veces las personas tienen miedo de hacer cosas que a otros le parecen mal por el simple hecho de que ven el fracaso como lo más cercano… y si esta sensación, de frustración y decepción, no era fracaso… entonces no me imaginaba algo peor. ¿Y qué? Algo podía doler más que esto? El mismo viento conspira contra mi rostro, el frío se posa en mi cuerpo como una manta gélida, el dolor comienza a bailar irónicamente al lado mío, apuntándome con el dedo y dándome a conocer las cosas que pude haber hecho bien. La consciencia me viene a traicionar… es un signo de que la naturaleza me odia.


No puedo hacer mucho, y tal como la canción: “Estaba el diablo mal parado, en la esquina de mi barrio… y al lado de él estaba la muerte con una botella en la mano…” Yo me senté, y sentí el cálido fervor que provenía del barro… mi ropa estaba asquerosa, al igual que mi alma. Y como a quién le hubiesen disparado en el pecho, caí rendido bajo la lluvia en un callejón oscuro y larguísimo… tenebroso y lúgubre. Un callejón maldito.


Estaba al medio de la calle, y pensé.. si me atropellan, estaré dormido. Ese fue mi consuelo. Y me dormí… en el medio de una calle que no conocía, con un sentimiento que sí conocía y con un destino que podría conocer. Dormí, sin preocupaciones, con frío y sin amigos, pero sin atajos.


Quizás mi error fue decirle a mis viejos que no llegaría, primera vez que salgo de mi casa sin un rumbo fijo… no, quizás hayan sido más veces. Ahora eso no importa. En la casa no me esperaban y no tendrían por qué llamarme a las 4 de la madrugada.


Y sentí que mis huesos se me iban a quebrar, pero tal cual como un pequeño mini infarto de desconcierto, ocurrió algo impresionante. Mi celular sonó. Y esa fue la palabra adecuada: Desconcierto, o caos, o confusión… el mundo de las personas no tenía por qué acordarse de mí, nunca le di motivos para eso.


Con mi nublada visión de lágrimas y mucosa... de esa que llega cuando lloras accedí a contestar medio dormido… y mi corazón se detuvo por un milisegundo. Era ella, y estaba enojada… como este último tiempo, como este último mes. Era ella, decepcionada de alguien quien le falló mucho y la convirtió en mujer mediante las frustraciones. Era ella, pequeña pelirroja, dulce y preocupada durante un tiempo, déspota, soberbia y orgullosa ahora. Y sabía que era por mi culpa, esa culpa que no se te sale del corazón hasta que logras concluir lo que te propones para cambiar, lo que no pude hacer, lo que el tiempo y las adversidades me impidieron hacer. Nuevamente no salió de las palabras.


No sé que me dijo, pero cada sonido en mi tímpano era un puñal en cada vertebra… esto parecía una autopsia, pero con la diferencia de que estaba vivo… los médicos asistentes eran el frío, la soledad, y el desconsuelo, las herramientas eran la lluvia y el tiempo y el encargado de cisurar en muchos pedazos mi corazón era ella… y sus palabras, y sus gestos, y su gratitud.


No sé por qué le corté… no hubiese podido pedirle ayuda… con qué moral y decencia, después de la imagen que tiene ella de mí, no estoy en condiciones de pedirle alguna cosa. Y las lágrimas eran más espesas y deshechas. Me sonó el celular nuevamente, pero no me interesó. Ya estaba abajo… para qué bajar más?


Y me volví a dormir.


Susto, terror… más de lo que tenía, se sintieron de un chispazo. El vapor se veía claro frente a dos soles que me apuntaban con su radiante luz. Era una camioneta, y una buena persona… quizás el pensó que estaba muerto, pero cuando abrí los ojos corrió a ayudarme. Es parte del cinismo y doble estándar humano. Inherentes a su condición de raza superior preocupada de los demás. Sin embargo, fue un gesto noble.

Me tomó en brazos, pero yo le dije que me podía parar. Era mentira… cuando me dejó solo e intenté ponerme de pie, mis huesos no rindieron, y tal como mis párpados hace algunas horas… me caí vencido por la gravedad.


Él me ayudó a contenerme en mis piernas y a subir a esa enorme camioneta… yo ya estaba completamente sobrio, pero estaba aturdido… como un pequeño niño perdido en un supermercado. Me preguntó dónde vivía, y le di las indicaciones… no hay mucho que contar de ese viaje… me interrogó de Arica a Punta Arenas, pero yo nunca dije nada… sólo le agradecía por su cortesía. Le dije: me quedé dormido en la micro y el chofer me dejó tirado, y que después me asaltaron y por eso estaba llorando. Le mentí.


Luego lo abracé como si fuese mi padre, y me largué a llorar de nuevo, pero sin alaraquear tanto. Eran las 6:30 de la madrugada, me desnudé, tiré toda la ropa a la lavadora y me metí en la cama como si nunca hubiese estado en una.