domingo, 15 de mayo de 2011

Mi nueva vida


Las callecitas de Valparaíso tienen ese... umm qué se yo.

Declaro anímica y dictatorialmente a Muelle Barón, como Ilustre Santuario de almas perdidas quienes buscan darse una nueva oportunidad.

El cielo no avanzaba. Era una cajita de acuarela de tonalidades azules que intercambiaban mínima porción de gradación. Finalizaba en un claro y reprimido fondo desmatizado, proporcional a la morriña que el acariciar del viento arrastraba del oeste. Reminiscencia, pero ni tanto.


Abajo estaba el mar, templado y placido. Equivale al telón del juicio, uno debe pasar por ahí para sentirlo. Él se encarga de borrar las presencias acobijadas en algún lóbulo cerebral.

Y entre mis fosas nasales se cuelan monzones y vendavales de aire puro ("Limpia mi alma, mi mente y mi corazón, limpia este trágico desamor").
Lubrica mis pulmones con su eterno ímpetu... y refresca el tedio

Océano, cavidad superflua, gran evocador de las venas continentales que cruzan territorios comprados. Océano que no viajas, simulas. Que pareces manso y te ríes en tu titánica oquedad. Tirano de mil trazos, acrecienta poderío entre los tercos, infunde conciliación y concordia entre los serenos como yo.

Improperios y epítetos en vano. Después de que el tiempo se encarga de hacer lo suyo, uno piensa... ¿Para qué? Al fin y al cabo, volví a sonreír, ella también.
La conclusión ya se torna simple: El problema fue la extrema cercanía de nuestras auras.

El problema ya fue.
Ya no hay problemas.

Agradecido con el universo, pero nunca conforme. Si así lo fuese, prefiero morir.
Mi nueva vida.