Tres dedos de ceniza perecían posterior a un filtro de Marlboro corriente y caían sobre las limpias sábanas que siempre quedan sucias. El cenicero estaba demás. Los abundantes rayos solares, que se pronunciaban por entremedio de los cristales del baño, se reflejaban en sus enormes pechos, mordisqueados y más jugosos que nunca. Ambos se miraban fijamente. A él sólo le quedaban los calcetines puestos, a ella, los anillos de algún antiguo amor. Eran las 11:00 am. y ambos se miraban. Era una mirada suave, de ternura, con los ojos húmedos de alegría. Ella no quería ningún compromiso, él tampoco, pero el reflejo de sus pupilas y los latidos del corazón eran más fuertes que cualquier tipo de orgullo o mala experiencia olvidada en el pasado.. o quizás hace uno o dos meses atrás. Ella, con su pelo corto, un poco más arriba que los hombros, le ofrece una sonrisa como gratificación; como diciendo: Me hiciste vivir nuevamente, y quizás mejor que cualquier otra vez. Él, interpretó esa sonrisa como una necesidad de acercamiento. Y ahí en General Holley 2284, se dieron su enésimo beso, pero este fue especial, porque selló o más bien pactó algo intenso, algo que provenía del lado afectivo del cerebro. Él acercó su cabeza lentamente mientras los brazos mal apoyados en la cama tiritaban no de miedo, sino de los puros nervios, de saber que esto se repetía. Pero el paso seguro lo dio ella. Sus dorados cabellos se desparramaron hacia el lado derecho cuando ella giró la cabeza para recibir mis labios, osea los labios de él. Ambas lenguas jugaban a la guerra mientras la mano de la moza acariciaba la nuca de su pareja. Él se subió a ella y cruzó su mano por la cintura perfecta de la amante, que quizás desde esa mañana ya no sería tan solo su amante. Por los poros se deslizaban esas gotitas de pasión que seguían el camino de los rasguños que ella dejó en su espalda. A él no le importaba mucho, porque quizás esas heridas no fueron tan dolorosas como otras heridas del pasado.
Ella llegó a las 17:30 en punto ahí. Él se tardó diez minutos. Pero eso no bastó para que apenas se divisaran, se regalaran una sonrisa recíproca. Ninguno de los dos sabía como terminaría esto. La caballerosidad, muy característica de él, fue un punto a favor como cuando le abrió la puerta del Café literario Mosqueto, y también cuando le acomodó la silla. Ella se sonrojaba cuando él hacía estos gestos, aunque él estaba acostumbrado a eso. Ella lucía preciosa, con un abrigo de piel negro con una bufanda gris incorporada, unas medias con encaje y unos botines con taco. A pesar de eso, ella se veía más pequeña que él. Pero todo ese atuendo contrastaba con su hermoso pelo corto y rubio natural. Le daba un toque de afuerina y bastante femenino. Ella pidió un capuchino cortado, mientras que él, uno de vainilla con canela. Pese a que debería venir la típica conversación de: ¿Cómo estás? o ¿Por qué te demoraste?, él la sorprendió diciéndole: Te ves hermosa... pero ahora ella lo sorprendió respondiéndole: tú también guapetón. Y la complicidad se volvió adversa a cualquier propósito o destino que tuviese esa tarde. Ambos se preparaban mentalmente. Mientras tanto, él sacó un viejo libro del estante. Cómo olvidar a Gustavo Adolfo Becker si su padre tiene un libro de poemas con el cual conquistó a su madre. Él eligió una estrofa, abandonó su silla y se arrodilló al lado de ella, tomó aire y soltó con voz poética:
Pero en vano es luchar, que no hay cifra
capaz de encerrarle; y apenas, ¡oh, hermosa!,
si, teniendo en mis manos las tuyas,
pudiera, al oído, cantártelo a solas.
A ella se le humedecieron los ojos y antes de que el sentimiento y sus labios hablaran por ella, él le dio un beso en la mano y se sentó. Y así se pasó la tarde, entre eufemismos, reticencias y alusiones. El día nublado auspiciaba más ambiente a la innecesaria conversación. Luego de los cafés que él pagó, caminaron por ese tan bohemio Barrio Lastarria hasta el Parque Forestal. Algo en el estómago le decía a él que no debía transitar por ese parque, pero los pardos ojos de su acompañante no le dejaban escapatoria. Ninguna novedad. Continuamos hasta el Bustamante. Ya no eran necesarios los lentes de sol, porque estaba oscuro y gris, pero ella venía coloreando todo... era como un arco iris, sonriente y astuta. Ella le ofreció la mano y él se puso nervioso, pero aceptó guiarla. Cuando él le tomó la mano, ella muy rápidamente se colgó de su cuello y sus bocas quedaron tan cerca como sus ojos. Mirándose fijamente, ella comenzó a cerrar los párpados y él hizo lo que tenía que hacer. Fue un beso lento acompañado de caricias, ella en la nuca, él en la cintura... de esas que tanto le fascinan. Cuando sus labios se separaron y la saliva se había intercambiado, ella sonrió con esperanza, él sonrió con picardía y a la vez la tomó como los novios toman a las novias y le dijo: Yo contigo me caso. Ella se reía y se hacía la difícil, y pataleaba, hasta que ambos cayeron al pasto, en donde ambas lenguas se volvieron a encontrar. Y la humedad, y el viento mediterráneo templado, y la oscuridad no eran obstáculo para gestualizar un enorme cariño que nació de la nada. Ambos tenían contacto hace mucho, pero nunca se hablaban, hasta que ambos sufrieron por amor. Ahí se dieron cuenta de que tenían mucho en común. Luego de que los abrazos pedían más él le sugirió algo atrevido: ¿Por qué no vamos a un lugar más cómodo?
Luego de varios Ballantines, ambos ebrios, se dejaron caer en una muy espaciosa cama. El sueño desaparecía y daba paso al fervor y a la fogosidad. Ella lo dio vuelta, se subió a su espalda y acercó sus labios a su oído. Muy sensual y cálidamente le susurró:
I'm going to rape you
1 comentario:
otra más???????
cuando nos vemos viste qe aora mi viejo esta bien
tkm gatito
anda al teatro
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