jueves, 9 de junio de 2011

Me transformé para amarlos más ...


Ayer estaban triste y me decían:

¿Por qué te fuiste?
Nunca me fuí,
siempre he estado aquí.

Me hice de mil formas para poder seguirlos,
para en sus adversidades sonreírles,
para mis palabras decirles
y con todo mi amor acompañarlos.

Ahora soy feliz porque siempre estaré con ustedes:
En el amanecer, en el atardecer,
en la brisa, en el perfume de las flores
y en el rocío que las cubre al alba.

Seré su ángel, su guía y su abrigo;
seré su luz, su vida y su calor en el frío,
si es que aún ustedes lo quieren.

Ahora soy felíz porque siempre los veré.
Nunca de ustedes me apartaré …

Cada vez que vean un arcoiris … me verán,
cada vez que vuelen las palomas … conmigo volarán
y cada vez que me llamen … mi voz escucharán.

Son parte de mí: La continuación de mi historia,
de mi amor, de mi felicidad…

Mientras sigan sonriendo y palpitando,
mi corazón seguirá viviendo
y para ustedes, como el pájaro, seguiré cantando…

Familiares, cercanos y amigos presentes.

QUISIERA. Una palabra que gira en torno al ser humano. Cuando somos pequeños quisiéramos ser grandes, y cuando viejos somos, desearíamos volver a ser pequeños. Cuando estamos a su lado, a veces pensamos en que nos gustaría estar solos, y cuando solos estamos, quisiéramos que esa persona nunca hubiese partido de nuestro lado.

Quisiera haberme despedido por última vez.

Quisiera que estuvieses aquí.

Aída Cristina Durán Cabrera, hija, hermana, esposa, madre, tía y abuela, dedicó su vida al cuidado y a la preocupación por los demás. Muy pocos saben que durante su juventud, su rol de enfermera sanó muchas heridas, y quizás hasta salvó vidas. Pero ni las mismas pastillas pidieron acallar su agónico dolor que durante algunos años venía arrastrando. De todos modos, esto no fue motivo para no regalar una sonrisa a quien estuviese a su lado.

Durante un tiempo asumió la función de padre y madre, teniendo que criar, educar, orientar y cuidar a sus cuatro pequeños, quienes con el pasar de los años fueron creciendo con alegrías y tristezas, con aciertos y tropiezos, pero siempre de la mano, junto a la mamá. La vida se encargó de voltear la moneda, y mientras las arrugas se iban apoderando de su semblante, los errores del pasado atentaban en el interior de su cuerpo. Sin embargo, nunca estuvo sola, y se los agradezco desde lo más profundo de mi corazón. La gratitud y el amor recíproco fueron los acompañantes hasta sus últimos días.

Quisiera que estuvieses aquí.

Todos nos quejamos de dolores físicos, dolores de la mente o del corazón, pero nada supera al verdadero dolor del alma. Ese que sentimos ahora.

Este discurso no pretende generar culpas ni tampoco dar a demostrar ciertos descuidos de cada uno. Todo lo contrario. Quiero, sinceramente, que estas palabras logren hacer reflexionar a cada uno de nosotros. ¿A quién tenemos hoy a nuestro lado? Que esto nos sirva… en especial a mí, para hacer presencia presente, ahora y aquí, hoy, para estar con quienes queremos y amamos y no esperar a que alguien nos abandone para tener la facultad de extrañar, o llorar.

Recordemos a la abuelita como quien siempre quiso lo mejor para nosotros, como quien siempre nos dio en el gusto y que nunca nos faltara algo. Y si no existía, lo inventaba.
Recordemos a la mamá como quien siempre quiso que estuviésemos unidos, como los hermanos que somos y que siempre hemos sido, en las buenas y en las malas, apoyándonos en la adversidad, y animándonos por los logros que vamos obteniendo día a día.
Recordemos a la mujer que formó parte esencial de nuestra vida, con esos momentos y remembranzas que sólo en nuestra memoria permanecerán por siempre.

No nos pongamos tristes porque se fue, alegrémonos porque estuvo, y porque formó parte de nuestra vida.

Que el señor la acoja en su santo reino, y que descanse en paz.

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