sábado, 20 de agosto de 2011

Llamadas. Señales. No es posible, ni se asemeja a una búsqueda permanente de la rutina. Cuando el producto de la multiplicación de menosprecio se altera de forma substancialmente, se impide la cercanía entre las demostraciones de alegoría y demases señales. Simples señales.

¿Cuáles, quiénes y por qué? Y el perro que persigue las llantas de los vehículos motorizados no sabe qué hacer ni hacia dónde ir cuando ya las alcanza. Ladrar es aburrido, pero a veces sirve. ¿Y qué pasa cuando las llantas persiguen al can y pasan sobre él? Costumbre.

A pesar de que el callejón esté medio vacío, o medio lleno, la humedad y el relente son más densos. Las quebrajadizas luces tintinean igual que siempre en lo alto de los faroles, y los insectos nocturnos merodean la luminiscencia como moscas en la mierda. Cualquiera es depredador y el juego propio pasa a ser ajeno y ya no es tan entretenido, ni menos hilarante; cualquier cosa puede pasar en la oscuridad, por eso el contexto o las distintas situaciones carecen de un espacio, un tiempo o un hábitat, y la felicidad puede ser tan ambigua como los deformes adoquines embarrados, que sin previo aviso, obstaculizan un cuidadoso caminar.

Sea sinónimo o análogo, el término no discrimina. Abarca innumerables caracteres de secuencia lógica que resaltan en un libro o una pintura iconográfica. Quizás se torna peliagudo o arduo el poder sintetizar en tan pocas líneas un esbozo de algún escenario próximo en cuanto al actuar se refiere. Sí, mi actuar. Un músico-literato frustrado. Un amante prolijo y bien calificado, pero con el tiempo, olvidado. Corteza constante de malos pensamientos. Prejuicioso y aparentador de falsas realidades.

¡Alto! No soy tan malo, simplemente perdí un sueño.

Si quisiera ser el punto final del monólogo, tendría que redactarlo y ser partícipe en primer lugar, luego asimilar ambientes y entelequias que hereden, o más bien rayen lo que quiero expresar en los versos siguientes.. no es muy complejo pero en algunas ocasiones bordea lo difuso y lo inextricable. Por último convertirme en la balanza que separe claramente al drama de la comedia, que sea entendible y coloquial a la experiencia individual del público presente. Recién ahí, tendría las oportunidades de matizar y brillar al mismo tiempo. A continuación vienen los aplausos que no son más que garrotes que ahogan mi respiración. Tan verosímil como el ruido de las ratas que juguetean en las alcantarillas. Aquellas que más de una vez, fueron mi hogar.

¿A qué quiero llegar? A nada, sigo sentado en los mismos adoquines embarrados, luego de la tenue llovizna que sembró las líneas separatorias del empedrado, sigo mirando al alto farol que pareciera que estuviese a dos kilómetros cerca del paraíso y que cada vez se llena más de asquerosos insectos, babosos por la chicharra que ambienta el callizo con un eco que retumba en los vidrios de las elegantes copas quebradas que diviso cerca de un tacho maloliente. Sigo estando al asecho de cualquiera. No es la gran cosa.

De mis poros el sudor se derrite con mi fiebre. Cuarenta grados o más, qué importa. Me desvanezco en una viscosidad única. No tiendo a ser líquido ni tampoco sólido, simplemente soy una masa glutinosa a punto de traspasar el cuajado suelo. Un no-ente que buscó oportunidades en una canasta de mimbre rota. Esa misma canasta me absorbe y me envuelve, me aprieta y toca mi cuerpo, mis partes íntimas, mis intestinos y mis vísceras. Toca lo más recóndito de mi alma y se introduce por todos los orificios de lo que pretendía ser mi cuerpo.

Un patrón, de bigote y maletín, de traje antiguo y bordado, se dirige a la industria. Este día subieron las acciones así que el comercio irá bien. Su colchón no. Son las seis de la madrugada y el cielo es azulvioleta. En eso, deja la avenida y dobla a mano derecha por un callejón. Se tropieza y alardea: ¡Esta inmunda clase política, estos nauseabundos y mugrientos dirigentes... cómo no son capaces de pavimentar este camino. Los adoquines ya pasaron de moda junto con el comunismo y los problemas sociales!

Sus zapatos azabaches ya no están limpios, pero en el suelo... repleto de bichos muertos, al costado de un alto farol, cerca de unos hediondos basureros, hay una tarjetita de amor. De algún loco enamorado, de alguien fascinante. En la tapa decía: "Nuestro amor durará para siempre", pero el señor burgués no se rebajó a leer tal basurita, y extrajo el lodo dejando brillantes sus mocasines. Finalmente, arrojó con escasa fuerza el panfleto sucio el cual rodó, con ayuda de la brisa matinal, hasta la alcantarilla, destruyéndose finalmente por un par de ratas que jugaban a procrear la especie, bajo la gran ciudad.



Los ataúdes son para la gente que quiere que se les recuerde.

Pfff... novatos.

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